Mi Señor
El día que Jesús resucitó, se les apareció a Sus discípulos y les mostró Sus manos y Sus pies. Se nos dice que, en un primer momento, el gozo que tenían les impidió creer, ya que parecía demasiado maravilloso para ser cierto (Lucas 24:40-41). Tomás no estaba con ellos, pero a él también le resultó difícil creer hasta que lo vio con sus propios ojos. Cuando Jesús se le apareció y le dijo que pusiera sus dedos en los agujeros de los clavos y la mano en Su costado, Tomás exclamó: <<Señor mío, y Dios mío!>> (Juan 20:28).
Tiempo después, cuando Pablo les habló a los filipenses sobre sus sufrimientos, también declaró que Jesús es Señor. Les dio testimonio de que había llegado al punto de considerar todas sus experiencias como pérdida <<por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor>> (Filipenses 3:8).
Tú y yo jamás vimos a Jesús calmando una tormenta ni resucitando a alguien de la muerte. No nos hemos sentado a Sus pies en una ladera de Galilea ni lo hemos escuchando enseñar. Sin embargo, a través de los ojos de la fe, hemos sido espiritualmente sanados por medio de Su muerte a nuestro favor. Por esta razón, podemos unirnos a Tomás, a Pablo y a muchísimas otras personas para reconocer a Jesús como nuestro Señor.
Jesús dijo: <<Bienaventurados los que no vieron, y creyeron>> (Juan 20:29). Cuando nosotros creemos, también podemos decirle a Él: <<¡Señor mío, y Dios mío!>>. -DCE
Aunque no podamos verlo con los ojos, podemos creer con el corazón: ¡Él es Señor!
Juan 20:28
Entonces Tomás respondió y le dijo: !!Señor mío, y Dios mío!
Devocional tomado de Nuestro Pan Diario 2011, Publicaciones RBC, © Derechos reservados